Estos días de confinamiento recuerdo una campaña navideña de Ikea que, hace algún tiempo, emocionó a diversos hogares. Se proponía a los niños escribir dos cartas: una tradicional dirigida a los Reyes Magos y otra destinada a sus propios padres. En la “otra carta” algunos pequeños pedían que sus progenitores no fueran a trabajar, otros requerían compartir más juegos, e, incluso, algunos se pedían más besos. Pero hubo un punto en común. Todos, absolutamente todos, coincidieron en una petición: PASAR MÁS TIEMPO CON SUS PADRES.
Hasta cierta edad, los niños no entienden del mundo. No saben de pandemias, ni guadañas. Mi hijo de 4 años me pregunta si yo me iré al cielo. Él sabe que el firmamento es un lugar lejano, pero no teme, porque cuando yo me vaya, me cuenta que me mandará un globo para que baje de nuevo. ¡Bendita inconsciencia en estos tiempos!
Sin embargo, hay algo que sí saben. Algo que sin querer anotan a pulso en sus células de agravios: el tiempo que les dedicamos, la cantidad de juegos, el número de abrazos, la paciencia que nos trabajamos y los besos que les profesamos. Estoy segura que si rodaran otro anuncio y les preguntaran a los más pequeños qué fue lo mejor de esta situación que vivimos, la respuesta sería posiblemente: el tiempo que pasé con mis padres.